El Último Soñador
Durante mucho tiempo observé su caída. Era el único que aún conservaba una parte de sí mismo cuando lo conocí. El resto nos habíamos convertido en maquinas absorbidas por un sistema que nos obligaba a renunciar a nuestros sueños, pero él, aún los conservaba.
Me hablaba de cómo un día, conseguiría irse lejos, con una mochila a cuestas, simplemente con sus ilusiones y conseguiría todo lo que se propondría. Yo simplemente le miraba, y pensaba que era un iluso tonto, pero en el fondo lo envidiaba.
En sus ojos tenía el brillo de la alegría de un niño, en su risa la espontaneidad que poco a poco yo había perdido, y la verdad, cada vez que estaba s con él, tenías la sensación de que cualquier cosa era posible, sabías como empezaría la aventura, pero nunca sabrías cómo terminaría. Eran buenos tiempos...
Me hablaba de cómo un día, conseguiría irse lejos, con una mochila a cuestas, simplemente con sus ilusiones y conseguiría todo lo que se propondría. Yo simplemente le miraba, y pensaba que era un iluso tonto, pero en el fondo lo envidiaba.
En sus ojos tenía el brillo de la alegría de un niño, en su risa la espontaneidad que poco a poco yo había perdido, y la verdad, cada vez que estaba s con él, tenías la sensación de que cualquier cosa era posible, sabías como empezaría la aventura, pero nunca sabrías cómo terminaría. Eran buenos tiempos...
No consigo recordar el día en que todo cambió, ni siquiera si fue gradual o de golpe, pero su sonrisa desapareció de su rostro, y la luz de sus ojos paso de ser un sol a una pequeña llama. Ya no tenía ganas de aventuras, ya no tenía cosas que contar... Se estaba apagando.
Cada día que pasaba, su caída era mayor, se sentaba en un rincón, agazapado, mirando al infinito, con una mirada de locura insana, que había sustituido a aquella locura que poseía contagiosa. Entre sus manos sostenía algo que no enseñaba a nadie, algo que guardaba con la fiereza que posee un animal que cuida de sus crías. Nadie se acercaba ya a él, simplemente era un pobre loco, alguien que lo había perdido todo por haber luchado por un sueño...
Recuerdo que fue en un día lluvioso, desde mi mesa, con una copa delante de mí, una copa que llevaba horas sin ser tocada, le observaba, recordando cómo era, cuando escuché la puerta abrirse: una chica entró. Sus cabellos estaban mojados, pero eso no hacía más que acrecentar su belleza. Sus ojos, miraban hacia todos los lados, buscando algo o a alguien , y cada vez que se posaban en alguien, éste le sonreía, ocultando deseos lujuriosos hacia su bello cuerpo... Pero ella sabía a quién buscaba, y se dirigió al rincón donde permanecía él.
La chica se agachó, y con sus suaves manos, tomó las suyas y por fin pude ver lo que guardaba en ellas: se trataba de una rosa negra, cuyas espinas habían atravesado su carne, y que se había alimentado de su sangre, para permanecer viva. Comprendí que ésa era su última ilusión, aquella que intentaría mantener con vida, aún a costa de la suya. Alzó los ojos, y la miró: la luz que antaño había en ellos volvió, la sonrisa que una vez poseyó iluminó toda la habitación, y con lágrimas en los ojos como aquél que ha encontrado a alguien que creía perdido, la abrazo, fuertemente, con miedo a que se fuera.
Ella hizo lo mismo, lo abrazó, dulcemente, acariciando sus cabellos, dicniéndole palabras que no conseguía escuchar... Miré a los ojos de mi amigo, y e pronto su rostro se vio inundado por el dolor, y sus ojos se apagaron. En la mano de su amada vi un cuchillo ensangrentado, no me preguntéis de dónde lo sacó, porque no podría deciroslo, simplemente apareció en su mano, segundos antes de hundirse en su pecho.
Trastabillando, se separó de ella, andando hacia atrás, torpemente. En su faz la expresión del que ha sido traicionado y no puede dar crédito, de sus manos cayó la rosa negra que se rompía en mil pedazos como si de cristal estuviera hecha, mientras su dueño moría.
Me encontraba petrificado. La chica pasó a mi lado, haciéndome sentir un frío invernal, y desapareció tal como había venido...
Allí permaneció, en el mismo rincón, sin que nadie hiciera nada por él, el último soñador, el último de nosotros que consiguió vivir.
Ella hizo lo mismo, lo abrazó, dulcemente, acariciando sus cabellos, dicniéndole palabras que no conseguía escuchar... Miré a los ojos de mi amigo, y e pronto su rostro se vio inundado por el dolor, y sus ojos se apagaron. En la mano de su amada vi un cuchillo ensangrentado, no me preguntéis de dónde lo sacó, porque no podría deciroslo, simplemente apareció en su mano, segundos antes de hundirse en su pecho.
Trastabillando, se separó de ella, andando hacia atrás, torpemente. En su faz la expresión del que ha sido traicionado y no puede dar crédito, de sus manos cayó la rosa negra que se rompía en mil pedazos como si de cristal estuviera hecha, mientras su dueño moría.
Me encontraba petrificado. La chica pasó a mi lado, haciéndome sentir un frío invernal, y desapareció tal como había venido...
Allí permaneció, en el mismo rincón, sin que nadie hiciera nada por él, el último soñador, el último de nosotros que consiguió vivir.
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