viernes, 12 de septiembre de 2008

Alicia En La Comisaría de las Maravillas

La noche era lluviosa cuando el detective Madhatter llegó a la comisaría de Queenheart. Le habían sacado de la cama a media noche y no estaba de humor. Acababa de regresar de su fiesta de cumpleaños y se encontraba cansado. Nunca pasa nada bueno a esa hora y esta vez no sería diferente.

El ambiente estaba caldeado en comisaría. El detective Hare le esperaba como siempre con su insidiosa sonrisa en su rostro. Parecía que disfrutara con el hecho de que Madhatter se encontrara empapado y cansado, y no disimulaba nada en demostrarlo. Con una voz melosa, saludó a Madhatter:

-Buenas noches compañero. ¿Bonita noche, verdad?

-Déjate de gilipolleces, Hare, qué tienes para haberme despertado a media noche.

-Creo que hemos encontrado a una sospechosa, que podría resolver el caso de la Sra. Oruga.

Madhatter palideció al escuchar ese nombre. La Sra. Oruga era el nombre clave que recibía la mayor contrabandista de narcóticos de la ciudad. Nadie sabía quién podía ser. Nadie tenía siquiera pruebas de su existencia, llegándose a sospechar que tan sólo era una distracción para la policía. Pero existiera o no, las drogas estaban en la calle...

-Explícate

-Un tipo llegó esta noche. Asustado. Casi sin aliento lo único que hacía era gritar que le seguían y que quería protección policial. Al principio creímos que se trataba de otro yanqui más y apenas le hicimos caso, pero entonces empezó a decir que sabía donde se encontraba la Sra. Oruga, que sabía dónde vivía. Le hicimos caso, aun sabiendo que tal vez fuera una pista falsa, y fuimos a la casa que nos indicaba: el número 3 de la calle Burrows, y no podrías imaginar lo que encontramos.

Llamamos a la puerta y al no recibir respuesta la echamos abajo. Allí encontramos a una chica desmayada. Sus manos estaban llenas de sangre, y un vistazo al baño nos hizo encontrar los restos descuartizados de un tipo, suponemos que su amante. Encontramos esa mierda que se vende en las calles por todo el apartamento...

-¿Sabemos que es ella?

-Estamos investigando, pero es casi seguro de que sea la Sra. Oruga.

-¿Y el cuerpo de la bañera?

-Estamos investigando señor, como le he dicho estaba totalmente descuartizado.

-Dónde esta ese tipo, ¿cómo se llama?

-Sr. Whiterabbit, Detective.

-Quiero hablar con él. Necesito un cigarrillo. Y una taza de té por favor

Madhatter encendió el cigarrillo y lo saboreó como si fuera el primero. Ese caso le tenía obsesionado desde hacía años. Esa obsesión había destrozado su matrimonio, y casi le había llevado al borde del suicidio. Y ahora casi podía rozar con sus dedos la solución.

Entró en la habitación iluminada por una lámpara que colgaba como una araña del techo. El aire estaba totalmente cargado de humo. En una silla se encontraba el Sr. Whiterabbit.

Al verlo, Madhatter no se extrañó de que al principio nadie creyera lo que decía: el Sr. Whiterabbit era un tipo al que la vida no sólo parecía que hacía tiempo no le sonreía, si no que nunca se acordó siquiera de mirarlo. Su aspecto era desaliñado. Su cabeza se encontraba coronada por unos cuantos cabellos canosos que no sabían donde colocarse, los pocos dientes que poseía aún eran amarillentos, y en sus ojos se notaba que era un yonki.

Su mano temblaba al alzarse hacia su boca para darle una calada al cigarrillo. A diferencia de Madhatter, el Sr. Whiterabbit no saboreaba el cigarro, sino que lo consumía deseoso de que apaciguara el ansia de tomar una nueva dosis.

-Sr. Whiterabbit, soy el detective Madhatter-dijo tendiéndole la mano, gesto que no fue contestado por parte del yonki.

-Ella me perseguía... ¡Me perseguía! Llegaba tarde a trabajar, ¿sabe? Y ella me perseguía. Siempre detrás de mi, siempre. Mi reloj avanzaba y ella me perseguía...

-Tranquilícese Sr. Whiterabbit, tranquilícese. Su testimonio es muy importante para atrapar a... ¿Cómo se llama la sospechosa?

-Alicia Liddell.

-Para atrapar a Alicia Liddell. Pero necesitamos que la identifique. ¿Estaría dispuesto a ello?

-¿Si la identifico dejara de perseguirme? ¿Lo hará?

-Se lo aseguro. Si nos ayuda no volverá a perseguirle.

-De acuerdo, lo haré.

Una hora después, los detectives se encontraban junto al Sr. Whiterabbit en la sala de identificaciones. Entre las sospechosas podían observar a una chica vestida con una ridícula caperuza roja, a su lado una chica con un yorkshire en brazos que no paraba de ladrar molestamente. Había un par de chicas más, entre las cuales se encontraba la sospechosa.

-Sr. Whiterabbit, ¿observa a la persona que le perseguía entre las sospechosas?

-¡Es ella! ¡Ella! Nunca olvidaré sus ojos, cómo me perseguía. ¡Llegaba tarde al trabajo y me perseguía!

La noche pasó rápidamente. Tomaron declaración a Alicia Liddell quien juró una y otra vez que era inocente, negando ser la Sra. Oruga. Pero las pruebas que habían encontrado en su apartamento demostraban lo contrario.

La versión oficial fue que Alicia Liddell era la Sra. Oruga, dueña del mayor imperio de contrabando de narcóticos de la ciudad. El tipo de la bañera era un tal Hank Tidampty, mejor conocido por Sr. Huevo. Alicia perseguía al Sr. Whiterabbit debido a una partida de droga adulterada que le había suministrado. Sin embargo no consiguió encontrarlo, y furiosa llegó a casa, totalmente colocada, discutió con el Sr. Huevo y terminó por asesinarle. Lo descuartizó a sangre fría y cuando las drogas bajaron se dio cuenta de lo que había hecho, por lo que intento suicidarse, momento en que la encontró la policía.
Fue declarada culpable en un juicio popular y condenada a muerte por decapitación.
Esa misma noche, la noche en que Alicia Liddell fue atrapada, el Sr. Whiterabbit tenía una cita. Caminó mirando por encima de su hombro, sintiéndose perseguido, hasta un callejón oscuro, donde una figura aún mas oscura le esperaba.

- Hice lo que me dijo. Está prácticamente muerta. Me seguía ¿sabe? Me seguía. Pero yo hice lo que me dijo, y ahora está llorando y negando todo.

-Has hecho bien-dijo la sombra con voz aterciopelada.

Iluminada por la luna, el Sr. Whiterabbit pudo ver por fin el rostro de la Sra. Oruga: de sus labios negros y jugosos, salía el humo azul del tabaco que ocultaba un bello rostro de ojos pardos y grandes que lo observaban fríamente.

Su cuerpo embutido en un traje escotado negro marcaba sus curvas, dejando poco a la imaginación. Era una mujer altamente atractiva y lo sabía, y sabía aprovechar eso a su favor. Sus cabellos negros caían como cataratas sobre sus senos, de piel pálida y suave que hizo que el Sr. Whiterabbit se sintiera incomodo al notar una gran erección dentro de sus pantalones...

Pese a la juventud que parecía mostrar ese rostro, existía una maldad inherente que hizo sentir al Sr. Whiterabbit una mezcla de excitación y miedo, al entender que nadie que se metiera con esa mujer podía salir vivo...

-¿Me dará lo que me prometió? ¿Me lo dará? ¿Me lo dará?

La Sra. Oruga sonrió, y asintiendo le dio su dosis al pobre yonki. Había hecho bien su trabajo, y le había pagado con una dosis el doble de pura de lo normal que lo mataría en el acto. Eliminado así los testigos.

Paseó por las calles de la ciudad, saboreando la noche. Debería desaparecer durante un tiempo, irse a otra ciudad, con otro nombre. Había destruido su imperio, sólo por venganza. Pero ya le advirtió a Alicia que su amor era suyo y de nadie más, y que no consentiría que se marchara con Hank sin recibir un castigo. Al parecer, no le creyó.

-Escogiste el lado equivocado de la seta, amor mío...

Mientras, el Sr. Whiterabbit sentía su dosis entrando en las venas, lo último que escuchó antes de morir fue una carcajada que le heló la sangre. La venganza se había servido.